¿Será el Kurdistán el nuevo Dubái?

Hoy, por supuesto, los estados del Consejo de Cooperación del Golfo (GCC) son muy diferentes. Son viveros comerciales y bancarios. El sector servicios prospera. Centros universitarios occidentales y museos de arte se lanzan a abrir delegaciones. ¿Cómo se transformaron los estados del Consejo en centros económicos de rentas per cápita entre las más elevadas del mundo?

La respuesta no es el petróleo simplemente. Después de todo, aunque Abú Dhabi tiene enormes reservas, Dubái no: Dubái extrae ahora solamente de 50.000 a 70.000 barriles diarios, menos de la quinta parte de lo que extraía hace 20 años. En la actualidad, Dubái representa apenas el 2% de la exportación gasista total de los Emiratos Árabes Unidos. Aunque la riqueza de Dubái es evidente a pesar de la  crisis económica global, menos del 6% de los beneficios de Dubái salen del petróleo y el gas. Las reservas de Bahréin también son escasas, y se están agotando. La producción bahreiní actual es de apenas 40.000 barriles diarios. En contraste, el Gobierno Regional del Kurdistán informa de una exportación durante los últimos meses de 160.000 barriles de crudo diarios, y Barham Salij, el primer ministro regional, decía el mes pasado que la exportación se incrementará a los 175.000 barriles diarios. Tanto Dubái como Bahréin pueden haber agotado con facilidad sus reservas para cuando los bebés nacidos en la actualidad lleguen a la universidad.

El secreto del éxito de Dubái o Bahréin no tiene tanto que ver con la fiebre del crudo y sí con sus propias batallas contra la corrupción hace dos décadas. Véase el caso de McDonalds: pocos de los que disfrutan de un Big Mac o de una ración grande de patatas fritas piensan en márgenes de beneficio, pero ningún inversor adelanta los millones de dólares que hacen falta a menos que esté convencido de obtener beneficios. Al mismo tiempo, al igual que Coca Cola o Starbucks, McDonalds es una marca icono que promete no sólo rentabilidad sino también prestigio. Naturalmente pues, al igual que en el Kurdistán, las familias en el poder quisieron implicarse.

El problema fue que aunque los sobornos a los socios en la sombra o «licencias de apertura» rondarían normalmente el 10%, los miembros de la familia real esperaban el doble, cifra por encima del margen de beneficios que todavía es la mitad de lo que los hijos del líder regional kurdo Masud Barzani han exigido. En circunstancias así, la única forma que tiene el inversor extranjero de salir bien parado es no meterse. Aunque Bahréin, Dubái o a estos efectos, el Kurdistán iraquí, pueden parecer un mercado imponente para los que residen allí, el hecho es que hay docenas de mercados emergentes en cualquier parte del mundo en cualquier momento, y el inversor extranjero va a preferir los más estables y menos corruptos.

El cambio llegó a Bahréin, Dubái y Qatar cuando la cúpula cambió. Los nuevos líderes no erradicaron la corrupción, pero no toleraron la anarquía ni las instancias disfuncionales. A medida que crecía la confianza del inversor, las economías despegaban. En el año 2000, la renta per cápita anual de Bahréin era de apenas 12.000 dólares ajustados a la inflación actual. Hacia 2005, era de 18.000 dólares; y en 2007 superó los 27.000. Entre 1995 y 2005, la renta per cápita dubaití creció un 94%, hasta los 31.000 dólares. A corto plazo, limitar la corrupción puede haber costado algún dinero a los hermanos y los sobrinos de los líderes, pero a largo plazo cosechan réditos muy superiores y lo que es más importante, la gente corriente también se enriqueció, amplificando el efecto de la inversión y mejorando la calidad de vida.

Aunque los líderes kurdos se equiparan con Dubái, una analogía mejor sería la de Turkmenistán. Turkmenistán puede no tener acceso marítimo, pero con su única costa a orillas del Caspio, da lo mismo El Kurdistán podría ser más democrático, pero tanto en el Kurdistán como en Turkmenistán la corrupción ha obstaculizado el desarrollo económico. Hace dos décadas, los inversores estaban convencidos de que el gas de Turkmenistán iba a ser el futuro. La ironía final reside en que el Kurdistán ha atraído a algunos de los mismos funcionarios, un antiguo embajador estadounidense en Irak entre ellos, que en tiempos pregonaban a los cuatro vientos el potencial de Turkmenistán.

Los nuevos visitantes del Kurdistán pueden maravillarse ante los brillantes rascacielos y las construcciones modernas. No se dan cuenta de que los espacios vacantes dentro de estas nuevas propiedades rondan el 80%. Los pocos arrendatarios que hay son empresas públicas, no privadas. La capital de Turkmenistán, Ashgabat, es en tanto famosa por poner brillantes cristales o láminas reflectantes a edificios que se caen de viejos. El efecto al ojo es el mismo. Nadie es capaz de ocultar problemas económicos o políticos fundamentales mucho tiempo.

Si el Kurdistán pretende prosperar, la cúpula tiene que ser seria a la hora de combatir la corrupción. En la actualidad, la inversión es difícil sin un enchufe en el Partido Democrático del Kurdistán (KDP). Los hijos de Barzani exigen participaciones propias de la extorsión, y utilizan a los servicios de seguridad para castigar a los que no les pagan. El inversor extranjero no logra los permisos permanentes imprescindibles a menos que abone primas de hasta 50.000 dólares y acceda a tener como contable a alguien nombrado por el partido KDP. La diferencia más notable entre los funcionarios kurdos no es si son o no corruptos, sino el grado al que la gente que se les interpone sale perjudicada. Cuando hablo con kurdos, la única figura que mencionan de forma consistente como alguien libre de corrupción es Najmaldín Karim, el gobernador de Kirkuk. Aunque no me interesa el Dr. Najmaldin — fue, después de todo, la persona que propagó la mentira de que yo era «un espía turco» con el fin de eclipsar mis críticas tanto a la corrupción como las tácticas del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) — dice mucho no obstante en su favor que se haya resistido a las tentaciones de embolsarse una comisión por cargo, hasta encontrando más difícil la integridad política.

El futuro puede parecer brillante en el Kurdistán, pero el petróleo no va a engrasar por sí solo la transformación del Kurdistán. Si el Kurdistán pretende convertirse verdaderamente en un nuevo Dubái o una nueva Bahréin y elevar su prosperidad y estándar de vida hasta la primera división mundial, tiene que poner orden en la corrupción o cambiar a la cúpula que se niega a hacerlo.


Michael Rubin es miembro del American Enterprise Institute y profesor de la escuela naval. Entre 2002 y 2004 fue el director de la Oficina del Secretario de Defensa para Irán e Irak, de donde pasó a la Autoridad Provisional de la Coalición.

http://www.aei.org/article/foreign-and-defense-policy/regional/middle-east-and-north-africa/ser-el-kurdistn-el-nuevo-dubi/

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