La Vanguardia / En la tercera semana de manifestaciones antigubernamentales en Siria, donde el rais Bashar el Asad –por la sólida base de su poder fundado en las fuerzas armadas, el partido Baas, los servicios de inteligencia y el núcleo alauí que le apoya– guarda un insdicutible margen de maniobra, ha aflorado el malestar de la minoría kurda.
En este viernes de los mártires convocado a través de los mensajes en las páginas de Facebook, en Qamishi, en Amud, en otras localidades del nordeste de la República, hubo protestas callejeras con pancartas en las que escribieron: “No queremos sólo la nacionalidad, sino también la libertad”.
El rais sirio, en sus últimas declaraciones sobre el encargado estudio legal de las reformas políticas contempladas, y en primer lugar sobre la derogación de la ley de estado de excepción, se refirió también al tema de la falta de documentación de 300.000 habitantes de etnia kurda en Siria.
Las reivindicaciones de la población kurda, fronteriza de los territorios autónomos de Iraq y de las provincias kurdas de Turquía, no tienen ni su alcance ni sus pretensiones, pero se han agudizado desde el año 2004. Entonces también en Qamishi, durante diez días –a raíz de un partido de fútbol entre un equipo árabe de Derezor y otro kurdo local– estallaron altercados, manifestaciones violentas en las que murieron varias personas, fue incendiada una sede del partido Baas, destruida una estatua del fallecido presidente Hafez el Asad, e intervino la Guardia Republicana enviada desde Damasco para restablecer el orden.
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